domingo, 27 de junio de 2010

LA TETERA

Había una vez una tetera muy presumida. Se pasaba todo el día diciendo a unos y a otros lo bonita que era.

- ¿Quién es más guapa que yo? ¿Alguien tiene una tapadera más bonita que la mía?

La taza, el azucarero y los demás cacharros de la vajilla no le hacían mucho caso. Pensaban que era demasiado presumida. Pero la tetera no le importaba.

- Que digan lo que quieran. Tienen envidia porque soy la reina de la vajilla.

Pasó el tiempo. La señora de la casa se fue haciendo viejecita. Un día, al coger la tetera, se le escapó de la mano. La tetera cayó al suelo. Quedó tumbada con la tapadera rota y el asa y el pitorrito hechos pedazos.

La señora de la casa recogió la tetera rota y la apartó en un rincón. Luego se la regaló a una mendiga.

En el mundo de los pobres la tetera empezó una nueva vida. La niña llenó de tierra la tetera. Plantó dentro una semilla y la regó todos los días.

En primavera nació una flor preciosa.

- ¡Qué bonita es esta flor! - decía toda la gente.

Y la tetera se ponía muy contenta. Había aprendido lo maravilloso que era tener un amigo.

AUTOR: Hans Christian Andersen

martes, 22 de junio de 2010

Y EL CURSO SE TERMINÓ

Una mochila cansada
hoy comenzó a bostezar;
sus ruedas se cansaron
¡y la quieren arrastrar!

El cuaderno, avergonzado,
su etiqueta despegó,
y una hoja bailarina
su renglón cuadriculó.

La goma, regla y compás
decidieron descansar
y se echaron a dormir
en el papel de calcar.

Las pinturas de colores
ya sin punta se quedaron,
¡Se las ve tan pequeñitas
de todo lo que pintaron!

Uniforme arrugadito,
zapatillas apretadas,
el calor ya nos visita
con caras coloradas.

El trabajo fue impecable,
el ciclo ya se acabó,
las vacaciones llegaron
y el curso se terminó.

AUTORA: Patricia Guadalupe Mazzucci

lunes, 21 de junio de 2010

LA JIRAFA SIN BUFANDA

- Mi señor Don Buho,
estoy preocupada.


- Dígame sus cuitas
mi doña Jirafa.

- Se acerca el invierno,
vendrán las heladas
y mi jirafita
no tiene bufanda.

- Cómprele usted una.

- ¿Y dónde encontrarla?
¿No ve que mi hijita
es tan cuellilarga?...
Por más que he buscado,
ninguna le alcanza...

- Si que es un problema...

- Me tiene apurada.
¡Es usted tan sabio!
Si usted me ayudara...

- Déjeme que piense.

- Ea, ya lo tengo:
hay que fabricarla.

- ¿Cómo, cuándo, dónde?
Y, ¿habrá quien lo haga?

- Calma, amiga mía,
un poco de calma...
todo va a arreglarse,
tenga usted esperanza.

Y las cosas fueron
como se esperaba:
la amistosa oveja
entregó su lana,
luego hiló el gusano
y tejió la araña.

Cuando invierno puso
nieve en las montañas
y en cristales fríos
convirtió las charcas,
Jirafita chica
va muy de mañana
para su colegio
anda que te anda...

Va contenta: lleva
toda la garganta
bien abrigadita
con una bufanda
linda, blanca, suave,
larga, larga, larga...

AUTORA: Ángela Figuera Aymerich,
Cuentos tontos para niños listos.

sábado, 19 de junio de 2010

LA ALFOMBRA VOLADORA

Una vez, apareció por el cielo una alfombra voladora. Y se paró a descansar sobre la copa de un árbol.

La alfombras voladoras viajan por el aire, como los aviones y los pájaros. Son muy antiguas y es muy raro poder encontrar todavía alguna por el mundo.

Las alfombras voladoras parecen iguales a todas las alfombras. Solamente si se las mira con cuidado, por el revés, se puede ver que llevan una palabra mágica bordada en una esquina.

La alfombra voladora, que se había tendido para descansar sobre la copa de un árbol, era de color verde tenía bordada la palabra "Faralá".

Faralá había sido, hace muchísimos años, la alfombra mágica del un Rey que cuando quería viajar no tenía más que decir:

- ¡Faralá, a Pekín!

- ¡Faralá, a Bombay!

- ¡Faralá, a Estambul!

Y la alfombra salía disparada, volando por los aires, llevando al Rey de un lado para otro.

Un buen día aquel Rey se fue a la guerra y no volvió nunca más. Y Faralá se quedó olvidada, encerrada en un armario.

Pasó mucho tiempo, hasta que una vez, haciendo limpieza en el palacio, encontraron a Faralá y, sin saber que era una alfombra voladora, la dejaron en un patio para sacudirla y quitarle bien el polvo.

Entonces Faralá, que lo había pasado muy mal tanto tiempo encerrada y sin moverse, echó a volar sin esperar a que nadie se lo mandara.

Desde entonces Faralá viaja sola por el mundo, de día o de noche según le guste, y se para a descansar cuando quiere.

Faralá es amiga: de los pájaros que vuelan con ella, de los gatos que le dicen adiós desde los tejados, de los niños que por la noche la esperan.

Faralá ha dado la vuelta a la tierra muchas veces. Y ha visto cosas que nadie más ha visto.

Faralá volando, volando... si quiere, puede visitar a los conejos rosa. Los conejos rosas viven en una casita escondida en el bosque. Y se pasan el día haciendo merengues de fresa.

Por eso, si se les da un beso sabe dulce y un poquito pegajoso.

Faralá volando, volando... puede llegar hasta la cueva del dragón amarillo.

El dragón amarillo guarda una capa, que si te la pones te vuelves invisible y ya nadie puede verte.

Faralá sabe dónde están la fuente que habla, la gruta encantada, el árbol que ríe y que llora, la lámpara mágica. A Faralá hay otra cosa que le gusta tanto como volar. ¿Sabéis qué?

Pues visitar a los niños por la noche, cuando todos duermen, y llevarlos con ella a que vean lo que más les gusta ver.

La alfombra verde puede llevar a cada niño al sitio a donde quiera ir.

Y aunque sea un sitio muy raro. Y esté muy lejos, muy lejos...

¡No importa!

Si alguna noche Faralá entra volando por la ventana, y se acerca a vuestra cama, no tenéis más que decirle:

¡Faralá, Faralá, Faralá llévame a... !

Y la alfombra mágica os llevará a volar con ella por el aire. Y a que veáis lo que más os guste ver.

sábado, 12 de junio de 2010

A LA RUEDA - RUEDA

A la rueda - rueda,
Que cayó del cielo
Al agua del río
Un lindo lucero.


A la rueda - rueda,
Que la princesita
Para sus cabellos
Quiere la estrellita.

A la rueda - rueda,
Que se enoja el rey
Y ordena a los pajes
Que no se la den.

A la rueda - rueda,
Que llega el galán
Y a la princesita
Se la ofrecerá.

A la rueda - rueda,
Que se casarán
Y el rey y la reina
A la boda irán.

AUTORA: Juana de Ibarbourou
La poesía infantil.

jueves, 10 de junio de 2010

LA PRINCESA Y EL GUISANTE

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tendría que ser una princesa de verdad. Así que viajó por todo el mundo para encontrar alguna. Pero siempre hallaba algún problema: princesas había de sobra, pero que fueran princesas de verdad no estaba del todo claro; siempre había algo que no estaba del todo bien. Así que volvió a su casa preocupado, porque tenía muchas ganas de encontrar una auténtica princesa.

Una noche, hacía un tiempo espantoso. Había relámpagos y truenos, llovía a cánta-ros, ¡era horrible!. Llamaron a la puerta y el viejo rey fue a abrir.

Allí fuera había una princesa. ¡Pero, Dios mío, qué aspecto tenía, con aquella lluvia y aquella tormenta!. El agua le escurría por el pelo y la ropa, le caía desde la nariz a las punteras de los zapatos y salía por los talones. Y dijo que era una princesa de verdad.

"Bueno, ahora veremos", pensó la anciana reina, pero no dijo nada.

Entró en el dormitorio, quitó toda la ropa de la cama puso un guisante sobre el so-mier de tablas, luego cogió veinte colchones, los puso encima del guisante, y luego veinte edredones de plumas encima de los colchones.

Allí dormiría aquella noche la princesa.

Por la mañana le preguntaron qué tal había dormido.

- ¡Oh, terriblemente mal! - dijo la princesa -. Casi no he podido pegar ojo en toda la noche. Dios sabe lo que habría en esa cama. Debajo había algo duro y tengo todo el cuerpo lleno de moratones. ¡Es horrible!

Así pudieron comprobar que era una princesa de verdad, y el guisante acabó en el museo, y allí sigue para que lo vean..., si no se lo ha llevado nadie.

AUTOR: Hans Christian Andersen, "El libro de los 101 cuentos".

martes, 8 de junio de 2010

EL FAROLERO

- Soy el farolero
de la Puerta del Sol,
cojo mi escalera
y enciendo el farol.


Cuando está encendido
me pongo a contar,
y siempre me sale
la cuenta cabal.

Dos y dos son cuatro
cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho
y ocho dieciséis
y ocho veinticuatro
y ocho treinta y dos.

Soy el farolero
de la Puerta del Sol.

Popular

viernes, 4 de junio de 2010

CHISTES DE 4º B

En un balcón había un loro y en la calle un vendedor de melones.
Cada vez que el vendedor pregonaba:

- ¡Vendo melones!

El loro gritaba: -¡Todos podridos!

Un día se enfadó el vendedor subió y le dio dos tortas al loro y le dejó los ojos que no veía.

El vendedor gritó:
-¡Vendo melones!

Y el loro respondió:
- ¡Y yo cupones!

CONTADO POR: ALVARO 4º B


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jueves, 3 de junio de 2010

LA OVEJA FALSA

Era, pues, un tiempo de mucha hambre para los zorros... y había uno que no aguantaba. Tenía hambre, es cierto, y todos los rediles estaban muy altos y con muchos perros. Entonces el zorro dijo:

- Aquí no es cosa de ser tonto: hay que ser vivo.


Y se fue hacia el molino, y aprovechando que el molinero estaba distraído, se revolcó en la harina hasta quedar blanco. Y en la noche se fue hacia el redil:

- Mee, mee - balaba como una oveja -. Salió la pastora, vio un bulto blanco en la noche y dijo:

- Se ha quedado afuera una ovejita.

Y abrió la puerta y metió al zorro. Los perros ladraban y el zorro se dijo:

- Esperaré a que se duerman, lo mismo que las ovejas. Después buscaré al corderito más gordo y guac, de un mordisco lo mataré y luego me lo comeré. Madrugaré y, apenas abran la puerta, echaré a correr y a ver quién me alcanza.

Y como dijo así lo hizo, pero no llegó a salir. Y es que él no contaba con el aguacero. Sucedió que llovió y comenzó a quitársele la harina, y una oveja que estaba su lado vio blanco el suelo y pensó:

- ¿Qué oveja es ésa que despinta?

Y al ver que era el zorro, se puso a balar. Las demás también lo vieron entonces y balaron y vinieron los perros y con cuatro mordiscos lo volvieron cecinas (carne seca y salada)...

Y es lo que digo: siempre hay algo que no está en la cuenta de los más vivos...

Ciro Alegría,
Fábulas y leyendas americanas.

martes, 1 de junio de 2010

EL HUESO CANTARÍN

Érase una vez un joven muchacho a quien el dinero y la riqueza le daban exactamente igual. Todo cuanto poseía lo llevaba puesto: un pantalón, una chaqueta, una camisa, zapatos y, en invierno, un gorro. En cuanto tenía algo más, lo dejaba tirado por ahí, para que otro lo encontrara. Para él sólo existía la música y sabía tocarla de maravilla.

Si llegaba a una montaña en la que había madera secada por el viento, se sentaba y se tallaba una flauta. Y todas las canciones que el viento soplaba a través de la montaña, las sacaba el muchacho de la madera de la flauta.

Si se hallaba sentado junto a un lago, se hacía una flauta de caña, y todas las canciones que cantaban las aguas y las aves acuáticas a través de los juncos, él sabía tocarlas.

Si se sentaba en un prado, se construía un pequeño violín.

Así iba caminando y llegaba a otros países. De la comida y de la bebida no tenía por qué preocuparse. La gente le daba de las dos cosas por hacer música.

Una vez estuvo en una isla en la que había poca gente; tan sólo bosques áridos, arena caliente, mar y sol.

Yendo el muchacho por la arena, se encontró un hueso de pájaro. Era una pata de pájaro blanca, quebradiza y hueca. Con ella se hizo una flauta. Y cuando se puso a tocar, sonaba una música muy extraña, encantada, bella. Era una canción, pero también una historia. Una historia de un pájaro sagrado. Y el chico empezó a flotar por encima del mar, muy arriba, atravesando países de ensueño que nadie conocía.
El hueso era una pata de Kolp, el pájaro sagrado, al que los hombres habían matado ochocientos años atrás. Nadie había encontrado su cuerpo, pues el viento se lo había llevado y lo había depositado en la arena de la isla. Y cuanto más tocaba el muchacho, mejor sonaba la pata del pájaro.

Cuando la gente escuchaba la canción, sucedía algo maravilloso: cada uno oía una historia diferente. Por ejemplo, el que buscaba algo, supo, de repente, dónde podía hallarlo. El que tenía preocupaciones supo, de pronto, si valía la pena seguir preocupado (la mayor parte de la veces, no). Al que se le había muerto un amigo averiguó dónde encontrarlo: no muy lejos, por cierto, sino allí mismo, a su lado. Y los muy felices flotaban por el aire, muy arriba, como Kolp, el pájaro sagrado: eran nubes y cielo y fuego y arena, eran risa y llanto y lluvia y sol...

CUENTO RECOPILADO POR: Hermanos Grimm,
"Cuentos de niños y del hogar".